20090814

Entrevista con Juan Marcial Moreno


Nota de Patricio Féminis para el diario Crítica. ---------Bs. As. 13.08.2009


Entrevista con Juan Marcial Moreno

“Los narradores no somos cuenteros”
Presentó un repertorio de textos sufíes –relatos místicos orientales– en el Espacio Araujo, en Palermo. “Hay que contar con la sola ayuda de tu voz y tu ademán. Ésos son los instrumentos de un narrador”, asegura uno de los pioneros de la narración oral.



Patricio Féminis
13.08.2009

Hermanados. “Abrevamos en las tradiciones orales de todo el mundo”, reconoce.


En pleno Palermo gris, pasadas las 22.30 de un viernes, Juan Moreno cometió un acto de sinceridad, una vez más. En el Espacio Araujo (Godoy Cruz 1823), con luces tenues en las paredes y esencias de Oriente en el aire, delante de la barra maciza con botellas del mundo compartió un manojo de cuentos sufíes: apenas con la voz, los gestos, Juan Marcial Moreno, tal el nombre de uno de los pioneros en Buenos Aires de la narración oral como hecho escénico, recorrió una serie de relatos de aquella tradición recóndita, sin dogmas. Fue un encuentro mínimo, y a la vez perdurable, en compañía de Ricardo Araujo, el chef y anfitrión, quien viajó por todo Oriente, escuchó historias y se propuso compartirlas: ahí estaba Moreno y, allá por junio, estrenaron.

Calvo, pequeño y de bigotes negros, a eso de las 21, Moreno aflojó el rostro cuando dejaron de oírse de fondo las melodías del laúd; estaba de negro y con una bufanda de diseños arabescos; brillaban sus ojos a la luz de las velas en las mesas y ya estaba lejos: se había ido con las palabras sufíes. Pero, ¿por qué eligió ese corpus de cuentos? Lo diría luego de la función: “Siempre encuentro refugio en los grandes clásicos, en los grandes autores: La Biblia, El Corán, Shakespeare, Rilke, Las 1001 noches, los cuentos sufíes de los maestros de la sabiduría. Los oyentes también necesitan ese refugio. Cada vez hay menos sabios en el mundo”.

Y seguía buscando las palabras justas: “Los cuentos sufíes representan el ejemplo de lo que, en 33 años de narrador, pido al relato que quiero contar: la totalidad. Entretienen y son fuente de fantasía, poesía, ingenio, humor, encanto, experiencia, sabiduría y positividad”. En eso, pasadas las 23, miró a Ricardo Araujo y dijo: los auténticos narradores “no son cuenteros: cuentan lo que vivieron y oyeron”. El otro sonreía. Estuvo en Uzbekistán o en Astana, capital de Kazajistán, y atendió a incontables relatos sufíes: aquellos que desde el humor y los dilemas cotidianos proponen –muchas veces, mediante un personaje recurrente, una voz común llamada Nasrudím– un puente a la existencia y al devenir colectivo.

“Los cuentos sufíes –dice Moreno– tienen distintos niveles de audición: desde el mero entretenimiento hasta la apertura de la conciencia. No se dirigen al pensamiento sino a la experiencia. Cuando con Araujo, que lleva unos 23 años ‘buscando’ en el sufismo, decidimos contar este material, tuvimos eso muy presente. Yo leí sobre Samarcanda; él estuvo, vio y oyó”. Por eso confía: además de una aventura compartida, éste es un acto de entrega. Con décadas de formación en el oficio de contar cuentos arriba de un escenario, Moreno posee un currículum indecible y sabe narrar en varios idiomas, entre ellos idish y alemán, algo que no es una derivación del ego sino una condición: siempre fue lejos con las palabras y el cuerpo.

En forma unánime, aunque nada ruidosa, se ha vuelto un referente clave para otros cuentacuentos: desde fines de la dictadura, montó en Buenos Aires muchísimos espectáculos a puro despojo, él, los cuentos y nada más, y aún hoy sigue buscando que la actividad logre un perfil profesional: no solemne. Porque se trata, distingue, de compartir técnicas, oficio y –desde ya– historias: “Nosotros abrevamos en las tradiciones orales de todo el mundo. Ahí estamos todos hermanados”. Porque la huella es “la americana, la africana, la china. Yo, por mi formación, creo que el narrador oral es eso: oral. Y no muchos lo respetan. Trabajamos con un material transmitido de boca en boca: el cuento popular y folclórico”, dice Moreno, que forma a narradores en el Instituto SUMMA, en Yerbal 65.

Si los relatos orales –como verdades eternas– aúnan el amor y la muerte, dolores y alegrías, el pequeño boom de los cuentacuentos en Buenos Aires –en bares, teatros y cafés– arrastra algunos problemas. “Al ser narradores urbanos, queremos contar autores, y ahí es donde se da el transvasamiento de la literatura a la oralidad, que no todos saben hacer. Mi repertorio, en un 80 por ciento, es oral; el resto es de autores que se prestan a ser contados”. Pero ¿a qué se debe la profusión porteña de shows y cuentacuentos? “Se puede ser romántico y decir que se debe a la necesidad de que te oigan, de escuchar, etcétera. En realidad, se lo ve como una salida laboral”.

Una pausa y el malbec a los labios. ¿Entonces? “Como muchos piensan que esto es igual que hablar, con una cuota de histeria se ponen un sombrero de plumas y van a un bar a contar cualquier cosa”. Es decir: no se asume “que éste es un arte con reglas específicas. Muchas veces, todas esas mezclas con puestas en escena –y adornos o maquillaje– encubren el no tener la simple capacidad de contar un cuento”. Y no dice más: ha vuelto la canción del laúd al Espacio Araujo (http://espacioaraujo.blogspot.com), y, allá adelante, quedaron una silla vacía y una sombra. “Contar un cuento es hacerlo con la sola ayuda de tu voz y tu ademán. Ésos son los instrumentos de un narrador”.

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